Es una selección de 20 fotografías en la que capta los misterios y sugerentes juegos visuales de las luces y las sombras sobre obras del museo
Podrá verse hasta el 5 de julio en el Colegio de España, en la Cité Universitaire de la capital francesa
El artista murciano Rafael Fuster inaugura la exposición ‘Le Louvre. La Folie du voir’, una exposición de fotografías en la que muestra una manera diferente de acercarse al museo, inédita y alejada del arduo discurso que deposita su confianza en las explicaciones.
La exposición podrá verse del 5 de junio al 5 de julio en el Colegio de España, en la Cité Universitaire de la capital francesa.
Se trata de una selección de 20 fotografías en las que Fuster capta los misteriosos y sugerentes juegos visuales de luces y sombras interactuando con algunas obras, otorgándoles un significado diferente y ambiguo. Es un enfoque que reinterpreta y combina diferentes posibilidades de ver una misma obra de arte.
Este trabajo fotográfico es fruto de las visitas -casi diarias- que Rafael Fuster hizo durante sus dos años de estancia en París.
El artista vuelve al que fue su casa -el Colegio de España- durante el periodo que estuvo becado por el Ministerio de Cultura, lugar en el que también fundó la editorial ‘Colegio de España’, en la que se publicaron libros como un inédito de Miguel de Unamuno o la única novela del pintor José Gutiérrez Solana.
Para esta muestra, Rafael Fuster cuenta con un texto del reconocido escritor y amigo del artista Miguel Ángel Hernández:
‘La folie du voir’
¿Es posible pintar con la propia luz, trabajar el claroscuro sin necesidad de usar la paleta del pintor, usando la luz real y ya no los pigmentos? En cierto modo esto es lo que hace Rafael Fuster: pintar con luz. Mirar en claroscuro. Porque parece que el pintor mirase directamente con la luz y con la sombra. En cierta manera, la cámara es un ojo, y la luz y la sombra son pigmentos. Se trata de una mirada que se fija en los detalles, una mirada que enmarca, que crea volúmenes, que piensa en formas. Una mirada que suspende la narración para mostrar un presente fugaz lleno de perfiles, fragmentos, sombras, figuras evanescentes que habitualmente pasan desapercibidos. Casi un inconsciente óptico en el que la realidad se vuelve abstracta. La luz la modifica. Y también el encuadre. Se produce un proceso de re-enmarcado de lo real que funciona casi como una manera de reapropiación del mundo.
Mirar aquí ya no es sólo ver. El artista mira con la cámara como si fuera un pintor. Mirar, en este trabajo, es también pintar. Y pintar ya no quiere decir utilizar pigmentos, soportes y técnicas concretas. Sino que pintar es un estado de la mirada, un filtro de comprensión de lo real, un dispositivo mental. Mirar es proyectar una tradición, un modo de ver –el de la historia de la pintura– sobre el mundo.
Fuster claramente rompe las disciplinas. Pinta con la cámara. O, mejor, pinta con la mirada. Argumentaba Douglas Crimp en su célebre texto “Imágenes” que el artista contemporáneo ya no era nunca más un pintor, un escultor o un fotógrafo, sino un “productor de imágenes”. Las disciplinas ya no están sujetas a una técnica. La pintura ya no necesita pigmentos. Pintar, como decía, es un modo ver, una modalidad de experiencia. Es así como Fuster ha pintado el Louvre. Desde la propia pintura. Pero de una pintura emancipada, de una pintura que se ha convertido en pura imagen. No sólo concepto. Decía Leonardo, lo sabemos, que la pittura è cosa mentale. Un concepto, una invención. La de Fuster, sin duda, lo es. Pero aún más. Hay algo que está más allá del concepto. No es pura racionalidad, sino que apela a los sentidos. Y aquí volvemos de nuevo al barroco (pero un barroco minimalista, austero, que ha eliminado la saturación y la exhuberancia y lo ha dejado en lo esencial: en el juego de luces y sombras, en eso que Buci-Glucksman llamó la folie du voir, y también en el paso del tiempo, el imperio de lo efímero). La experiencia de lo sensible. Porque al final es eso lo que nos encontramos ante estas imágenes del Louvre. Experiencias sensuales. Luz pasajera, sombras que parecen haberse independizado de sus objetos, que bailan como espectros del pasado. Una vanitas. La experiencia de la duración. Ya no el instante detenido, eterno e impasible, sino la impresión fugitiva del tiempo. De un tiempo que se hace lento, que se espesa y se vuelve perceptible, pero que nunca se detiene del todo, porque ya no hay interrupción, ni eternidad, sino fugacidad, continuidad, caducidad. Un tiempo –una luz, una sombra– que nos posee y nos impregna con su densidad. Un tiempo que nos conduce inexorablemente hacia un lugar del que no sabemos demasiado bien cómo escapar.
Desde la Agencia estamos muy orgullosos de que el artista murciano vuelva a la ciudad en la que estuvo becado para llevar a cabo sus trabajos de estudio de la luz en el Louvre; al tiempo que de que agradecemos que haya confiado en Ars Longa Comunicación para la gestión de medios en la difusión de información sobre su muestra.
Entrevista en Onda Regional de Murcia